miércoles, julio 12, 2006

El Derrotista

En España no es demasiado fácil estar familiarizado con la obra de Harvey Pekar. Si bien no es el autor más prolífico del mundo, lleva desde 1976 publicando anualmente su American Splendor donde colabora con autores de la talla del genial Robert Crumb o Joe Sacco. Sin embargo la obra que en España se ha visto de este escritor es más bien escasa. Ni siquiera la adaptación al cine que se estrenó hace tres años (en España el año pasado) ha motivado a las editoriales españolas a editar más de su obra.

No obstante, aquellos que han leído el volumen recopilatorio de American Splendor que editó La Cúpula ya pueden saber de qué pie cojea este autor. En los años 70 dio todo un giro al mundo del comic presentando historias que contaban pequeñas anécdotas y neuras varias sobre su vida. Historias que podrían llegar a pasarnos a cualquiera sin el menor viso de fantasía y con los pies profundamente clavados en la tierra. La habilidad del Pekar consistía en la inteligencia suficiente para escoger qué fragmentos contar y la mala leche necesaria para implicar al lector.

El derrotista sigue la tónica habitual de la obra de Pekar. Sin embargo en lugar de contarnos el día a día con cierta proximidad, en esta obra lo que podemos leer es la historia de su infancia. La gran diferencia es que, si bien su persistente pesimismo sigue presente, la visión de cada anécdota es bastante distinta. Mientras en American Splendor la narración del día a día no deja lugar a la distancia, la visión que hace de los sucesos de su infancia en El derrotista es más calmada y amable. No por ello estamos ante otro Harvey Pekar, estamos ante una historia de intentos de superación frustrados e impotencia pero se nota que vienen de la pluma de un Pekar sesentón que ve que finalmente ha cosechado los frutos de su vida y ve ésta con mayor amabilidad.

En esta vida conocemos al pequeño Harvey, hijo de judíos en Cleveland, al matón Harvey Pekar, al culo de mal asiento que no parece encajar en ningún sitio. Sólo que la sensación de pesimismo y la mala leche están vistos con una sonrisa cómplice desde la distancia.

En cuanto a Dean Haspiel, creo que sobra decir que no es Robert Crumb. No sé si algún dibujante puede compararse al bagaje y la importancia histórica de éste, pero la verdad es que además las comparaciones no son válidas si tenemos en cuenta de que se trata de dos estilos totalmente dispares a lo abigarrado y áspero de Crumb se contrapone un Dean Haspiel de trazo suelto, limpio y contundente como ya haría en algunos American Splendor. Sin embargo, la mirada amable y la temática de este tomo lo hacen, si cabe, más proclive aún al trabajo de un Haspiel, que cumple con creces.

Ahora sólo nos queda esperar que se siga recopilando la obra de este enorme escritor.