miércoles, junio 06, 2007

Blanco Humano: El usurpador

Con unos dos años de retraso nos llega el final de esta serie en la que Peter Milligan, acompañado de una pléyade de grandes dibujantes rescataban del olvido a Christopher Chance, el hombre de las mil caras.

Lo que comenzó con una miniserie de 4 números con el desgraciadamente desaparecido Edvin Biukovic gozó del éxito necesario para una serie regular que ha durado hasta los 21 números, los últimos de los cuales tenemos recopilados en este tomo de Planeta.

Arrancamos suave con dos historias autoconclusivas donde una mujer debe aprender las artes del Blanco Humano para sobrevivir a la mafia y una de esas historias con cierta carga crítica que tanto le gustan a Milligan, en este caso poniendo al descubierto lo peor de esa fiebre antiislámica que arrasa los Estados Unidos. Estos dos capítulos son pasados a imágenes por los dibujantes Cameron Stewart (Seaguy) y el canario Javier Pulido. Mientras Stewart se nos muestra correcto, pero discreto, como es habitual, Pulido se hace una de Juan Palomo y se adjudica los lápices, las tintas y hasta el color con ese estilo rompedor hacia el que ha ido evolucionando y tan extraño de ver en el panorama mainstream, dejando poco a poco aquellas influencias deudoras de Alex Toth y encaminándose a una estética mucho más indie, donde el aspecto compositivo y narrativo ocupan el primer plano.

Y con esto llegamos a la historia principal de Blanco Humano: El Usurpador. Milligan, acompañado de Cliff Chiang juega a cerrar el ciclo y retoma la idea con la que se iniciaba la serie y que se ha constituido en Leitmotiv de ésta. Christopher Chance no sólo es el hombre de las mil caras, sino el hombre de las mil identidades, con todo lo que eso conlleva. Cuando Chance se mete en la piel de otra persona, no actúa, se convierte en esa persona hasta tal punto que las secuelas psicológicas no son sencillas de eliminar. Llega incluso a dudar de quién es y lo mismo ocurre con Tom McFadden, su ayudante también rescatado del olvido de las viejas historias de Len Wein y Carmine Infantino.

McFadden, a quien no veíamos desde el principio de este revival, vuelve para reclamar el sitio de Chance. En esta serie ya nadie es quien dice ser, nadie es quien resulta ser y lo que es peor nadie es quien cree ser. Peter Milligan se retira dejando la puerta abierta a futuras historias y dejando una conclusión a modo de moraleja. Christopher Chance se despide diciendo “Todo se reduce a una cosa: no sé quién soy. Y lo que me asusta … lo realmente jodido es…que no sé si me importa”

Tenemos un digno final fiel al espíritu de la serie y que alterna el thriller, los devaneos psicológicos y la acción con un equilibrio no muy habitual en este guionista británico, que tiende a enrollarse más de la cuenta. Por su parte, Ayuda el dibujo claro de un Cliff Chiang que se cuida de poner atención a dónde trazar una línea y dónde una mancha para lograr tanto la absoluta legibilidad, como el dramatismo o el dinamismo que requiere la acción.

A la hora de escoger una obra de Peter Milligan, la cosa suele estar complicada ya que podemos encontrar grandes obras como Enigma o Girl, historias que pierden fuelle con el paso del tiempo como Shade o incluso bodrios como los X-Men o aquella Elektra noventera. Para un Milligan mesurado y con calidad, acercaos a esta historia de género negro no del todo habitual.

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